Nombre científico:      Digitalis thapsi L.

Familia:                         Scrophulariaceae

Nombres vulgares:      Dedalera, digital, viloria.

Bien entrada la primavera, los roquedos nos regalan la floración de esta inconfundible y bonita planta. La digital o dedalera se llama así porque sus largas flores rosadas tienen el tamaño y la forma de un dedal de coser.

Se trata de una planta perenne de hojas alternas de una tonalidad amarillenta (debida a la presencia de abundantes pelos glandulíferos), de oblongas a elípticas, y que brota de una cepa leñosa ramificada, formando inicialmente grupos de rosetas de hojas junto al suelo, para emitir después escapos florales que normalmente alcanzarán los 50-80 cm de altura. Parece ser que las manchitas del interior de la flor podrían tener la función de orientar a los polinizadores hacia el interior de la flor. Sería por tanto una especie de pista de aterrizaje para abejas…

Se trata de una planta acostumbrada a vivir en zonas secas y soleadas, y que se ve con gran frecuencia creciendo en medio de los roquedos de granito, donde aprovecha cualquier resquicio de la misma donde pueda acumularse algo de tierra. Es un endemismo Ibérico (planta exclusiva de la Península Ibérica), muy común en todo el Sistema Central y en general en la zona centro-occidental de la Península Ibérica, generalmente en zonas no muy elevadas (hasta 1500 metros aproximadamente), en las que es sustituida por la Digitalis purpurea (de momento no localizada en la Sierra de Hoyo).

Como tantas plantas de nuestro entorno, debe protegerse de los herbívoros, para lo cual posee potentes principios cardiotónicos (estimulantes del ritmo cardiaco), que en dosis incontroladas pueden llegar a ser muy tóxicos. De hecho, algunas especies de este género se utilizan en medicina, para la obtención de principios activos. Bien saben los ganaderos que sus animales prefieren ni probarla.

Que la evolución lleve a los herbívoros a conocer y rechazar aquellas plantas que no deben comer es algo que nunca dejará de sorprenderme. Tan sorprendente como que el ADN de las arañas «lleve escrito” exactamente cómo tienen que moverse para tejer sus delicadísimas redes.